lunes, 9 de diciembre de 2013

Vi...vencias YO HERMANO

No es una palabra que viene de hermoso y mano, como si mi hermano fuera mi ‘hermosa’‘mano’, si sintiéramos así sería primero vanidoso y segundo manipulador. Cuando reviso mi vida encuentro que fuera de mi familia las personas que considero mis hermanos son aquellas que comparten conmigo un valor muy profundo, un espíritu, una genética interior. Es así como a pesar de mis pecados me atrevo a llamar a Jesus hermano en mi oración personal. SI, podemos llamar al Señor Jesus “hermano”, al mismo Dios hecho hombre “hermano”, él ha querido que sea así:“el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos” Heb. 2, 11.

Hago dos invitaciones. Primero,  a gritar desde las profundidades de nuestro corazón “¡hermano!” a nuestro Dios. Segundo, a mirar adentro de nosotros mismos para quitar las asperezas de nuestra personalidad y descubrirnos hermanos de la humanidad y todo lo creado. Si, la conclusión es que tenemos que aprender a ‘hermanar’. Exclamemos con felicidad como Francisco de Asís: “hermano sol, hermana luna”.
Hemos sido ‘hermanados’ por el Maestro, y así, nosotros hemos recibido del cielo un poder para ser victoriosos en nuestro paso por la tierra. Este poder es Hermanar, copiando un poco el estilo del papa Francisco de crear nuevos verbos. Es un poder sanador para el que está solo, liberador para el que está aislado o marginado en la sociedad, un ungüento en la herida del que ha perdido un ser querido, es un poder que prepara a otros para la vida. Los hermanos son una muralla y los soldados que van al frente en la batalla, opuestos a Caín, los buenos hermanos somos custodios de nuestros hermanos, damos cuentas de ellos.

Los días más memorables y felices han sido al lado de mis hermanos. Le doy gracias a mi hermano por defenderme del gordo Miguel Ángel en la primaria, a mi hermano del alma por estar allí cuando no podía parar de llorar. A mi hermano que llegó un día al grupo de oración y se quedó conmigo para siempre, domesticando mis fierezas. A mi hermano que me enseñó el ajedrez y la estrategia, a mi hermano que me llevo al arte y al cine, a mi hermana que me cuido como si fuera su hijo, a mi hermano de largas conversaciones caminando por la calle o compartiendo un caldito en la mañana, gracias por enseñarme a amar de verdad. A mi hermano incondicional que pacientemente y siempre está perdonando mis defectos. Muchos ya están en el cielo al lado de nuestro hermano Jesús, hacen mucha falta pues se siente un lugar vacío que no se puede llenar “ni con las aguas de un rio”. Gracias hermano Jesus, verdaderamente soy feliz.


Camilo E. Calderón M.

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