lunes, 23 de octubre de 2017

Vi...vencias...Tensiones y Vida Fraterna





 Para que lean el ESCRITO  con buena música...



Tensiones y Vida Fraterna:


En una comunidad puede haber verdadera fraternidad sin que exista eso que llamo feliz armonía. Con otras palabras: la presencia de dificultades no significa, necesariamente, ausencia de vida fraterna. Pueden coexistir tensiones y fraternidad. Imaginemos una comunidad compuesta de hermanos de temperamentos divergentes o de criterios opuestos. En un momento dado, una aguda discusión los llevó a una ruptura emocional que acabó en un estado de relaciones paralizadas.

El HERMANO no los dejó en paz. Un día, antes de la misa de fraternidad, se reunieron en  el nombre del Señor, hubo una completa reconciliación, y todo comenzó de nuevo. Eso mismo sucedió otras veces. Estos hermanos no llegan a una camaradería, debido a sus personalidades fuertes y divergentes; pero allí reina una hermosa fraternidad, hay mucho amor oblativo, dan vida —y mucha vida— en cada reconciliación, aunque no lleguen a la feliz convivencia de compañeros.

Hay tensión y reconciliación. Allí, la fraternidad es un comenzar de nuevo. Y al revés: otra comunidad puede parecerse a un club de viejos amigos. Allí nadie se preocupa de nadie. Nunca discuten. Jamás se siente una tensión. Y esto, simplemente porque son así: camaradas de buen carácter, o porque, sin declararse, llegaron a un tácito convenio de no preocuparse, nadie de nadie, de no meterse en el campo ajeno y de caminar, cada cual, en su propia dirección. Aquí hay una magnífica camaradería.

Pero, supuestamente, no hay vida fraterna. La observación de la vida me ha llevado a la convicción de que, es aquí, en el terreno de la afinidad, donde se juegan los principales capítulos de la vida fraterna, particularmente en el mundo femenino, más proclive a las reacciones subjetivas. Uno de los secretos fundamentales para la buena marcha de la unión fraterna consiste en imponer las convicciones de fe sobre las emociones.

El motor dinámico de una comunidad será pues, el amor oblativo, más que el emotivo.

Es cierto que a algunos les ha tocado en suerte una naturaleza notablemente armoniosa. Han nacido así, y sin el menor esfuerzo, sintonizan con las personas de cualquier temperamento. Pero, para la inmensa mayoría de nosotros, amar evangélicamente nos significará vivir vigilantes sobre nuestras reacciones naturales, superando las emociones con las convicciones.



Dar la Vida IV, Sube Conmigo – Ignacio Larrañaga

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