martes, 16 de febrero de 2016

Vi...vencias TENTACIONES

La cuaresma, enmarcada este año en el Jubileo de la Misericordia, nos empuja esta vez con Cristo al desierto. Y desierto significa
  • El silencio interior en medio del bullicio, de los gritos, del trajín de las ocupaciones.
  •  La austeridad y el ayuno en medio del afán por el sustento diario y el esplendor de las mesas bien servidas en las que no falta nada, sino el amor y la gracia.
  • La reflexión a solas y en silencio en el aposento interior de la propia conciencia donde se puede escuchar la voz de Dios directa, personal, amorosa.
  • El conocimiento del espíritu del mal que lucha en nuestro interior y que debe ser vencido con la fuerza salvadora de la gracia de Dios y de su palabra iluminadora(1).


Como Jesús fue enviado por el espíritu al desierto para ser tentado, también nosotros lo somos:

La tentación de ser competentes

La primera tentación con la que el diablo abordó a Jesús fue la de transformar las piedras en pan. Se trata de la tentación de ser competente, de hacer algo necesario y que pueda ser valorado por la gente.
Esta tentación incide en el centro mismo de nuestra identidad. Se nos hace creer de mil maneras que somos aquello que producimos. Lo cual nos hace preocuparnos por el producto, por los resultados visibles, por los bienes tangibles y por el progreso.

Ser un cristiano dispuesto a recorrer con Cristo su camino descendente exige estar dispuesto a desprenderse constantemente de toda necesidad de ser competente y confiar cada vez más profundamente  en la Palabra de Dios. De ese modo, no resistiremos la tentación de ser competentes haciendo cosas sin importancia, sino adhiriéndonos a la Palabra de Dios que es la fuente de toda fecundidad.

La tentación de ser espectaculares

La segunda tentación que afrontó Jesús y que afrontamos también nosotros es la tentación de ser espectaculares. Es la tentación de forzar a Dios a responder acudiendo a lo inusual, lo sensacional, lo extraordinario…y así obligar a la gente a creer.

Actuamos como si la visibilidad y la notoriedad fueran los principales criterios de valor de lo que haceos. Y no es fácil actuar de otra manera. Las estadísticas rigen nuestra sociedad. Los mayores éxitos de taquilla, los libros más vendidos, los automóviles con una mayor demanda, los atletas que baten más “records”…estos son los signos de que se trata de algo realmente significativo.

Por desgracia, semejante ansia nunca se ve satisfecha. Cuantos más elogios recibimos, tanto más los deseamos. El ansia de aceptación humana es como un barril sin fondo: nunca pude llenarse.

Esta experiencia de la aceptación por parte de Dios nos libera de nuestro yo indigente y menesteroso, creando así un nuevo espacio en el que podemos prestar a los demás una atención desinteresada. A base de una vida disciplinada de oración contemplativa podemos llegar, poco a poco, a comprender el amor originario de Dios, el amor que existía mucho antes de que nosotros pudiéramos  amar o recibir ningún otro amor humano.

Todo ello dista mucho de ser fácil. . Exige una seria y perseverante disciplina de soledad, silencio y oración. Una disciplina que no ha de recompensarnos con el brillo aparente del éxito, sino con la luz interior que ilumina todo nuestro ser y nos permite ser testigos libres y desinhibidos de la presencia de Dios en nuestra vida.

La tentación de ser poderosos

La tercera y más seductora tentación a que Jesús se vio sometido fue la tentación de ser poderoso.
Probablemente no haya otra cultura en que la gente se vea más descaradamente alentada a buscar el poder que la nuestra. Desde el momento en que emprendemos nuestro ascenso hacia la cumbre, nos convencemos a nosotros mismos de que la lucha por el poder y el deseo de servir son, a efectos prácticos, una misma cosa. Esta falacia está tan profundamente arraigada en todo nuestro estilo de vida que no dudamos en esforzarnos por conseguir posiciones de influencia, convencidos de lo que hacemos por el bien del Reino de Dios.

Nos parece casi imposible creer que de la falta de poder pueda sufrir nada bueno.

Casi no existe nada más difícil de superar que nuestro deseo de poder. El poder siempre ansia mayor poder, precisamente porque es una ilusión. A pesar de nuestra experiencia de que el poder no nos da la sensación de seguridad que deseamos, sino que revela nuestra debilidades y limitaciones. Seguimos estando convencidos de que un mayor poder acabará colmando nuestras necesidades.

Rodeados de tanto poder, es muy difícil no sucumbír a la tentación de buscar el poder como todo el mundo. Pero el misterio de nuestro ministerio radica en que somos llamados a servir no con nuestro poder, sino con nuestra impotencia. Es mediante la impotencia como podemos solidarizarnos con nuestros hermanos los hombres, formar comunidad con los débiles y revelar así la misericordia de Dios que sana, guía y sustenta.

El auténtico desafío es hacer del servicio a nuestro prójimo la manifestación y celebración de nuestro servicio total e indiviso a Dios. Sólo cuando nuestro servicio tenga su origen y su destino en Dios podremos liberarnos del deseo de poder y servir a nuestro prójimo por su bien, no por el nuestro (2).

(1) Diócesis de Engativá. Itinerario para el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2016).
(2) NOUWEN, H. El estilo desinteresado de Cristo. España, Sal Terrae (2007).

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