La cuaresma, enmarcada este año en el Jubileo de la
Misericordia, nos empuja esta vez con Cristo al desierto. Y desierto significa
- El silencio interior en medio del bullicio, de los gritos, del trajín de las ocupaciones.
- La austeridad y el ayuno en medio del afán por el sustento diario y el esplendor de las mesas bien servidas en las que no falta nada, sino el amor y la gracia.
- La reflexión a solas y en silencio en el aposento interior de la propia conciencia donde se puede escuchar la voz de Dios directa, personal, amorosa.
- El conocimiento del espíritu del mal que lucha en nuestro interior y que debe ser vencido con la fuerza salvadora de la gracia de Dios y de su palabra iluminadora(1).
Como Jesús fue enviado por el espíritu al desierto para ser
tentado, también nosotros lo somos:
La tentación de ser competentes
La primera tentación con la que el diablo abordó a Jesús fue
la de transformar las piedras en pan. Se trata de la tentación de ser
competente, de hacer algo necesario y que pueda ser valorado por la gente.
Esta tentación incide en el centro mismo de nuestra
identidad. Se nos hace creer de mil maneras que somos aquello que producimos.
Lo cual nos hace preocuparnos por el producto, por los resultados visibles, por
los bienes tangibles y por el progreso.
Ser un cristiano dispuesto a recorrer con Cristo su camino
descendente exige estar dispuesto a desprenderse constantemente de toda
necesidad de ser competente y confiar cada vez más profundamente en la Palabra de Dios. De ese modo, no
resistiremos la tentación de ser competentes haciendo cosas sin importancia,
sino adhiriéndonos a la Palabra de Dios que es la fuente de toda fecundidad.
La tentación de ser espectaculares
La segunda tentación que afrontó Jesús y que afrontamos
también nosotros es la tentación de ser espectaculares. Es la tentación de
forzar a Dios a responder acudiendo a lo inusual, lo sensacional, lo
extraordinario…y así obligar a la gente a creer.
Actuamos como si la visibilidad y la notoriedad fueran los
principales criterios de valor de lo que haceos. Y no es fácil actuar de otra
manera. Las estadísticas rigen nuestra sociedad. Los mayores éxitos de
taquilla, los libros más vendidos, los automóviles con una mayor demanda, los
atletas que baten más “records”…estos son los signos de que se trata de algo
realmente significativo.
Por desgracia, semejante ansia nunca se ve satisfecha.
Cuantos más elogios recibimos, tanto más los deseamos. El ansia de aceptación
humana es como un barril sin fondo: nunca pude llenarse.
Esta experiencia de la aceptación por parte de Dios nos
libera de nuestro yo indigente y menesteroso, creando así un nuevo espacio en
el que podemos prestar a los demás una atención desinteresada. A base de una
vida disciplinada de oración contemplativa podemos llegar, poco a poco, a
comprender el amor originario de Dios, el amor que existía mucho antes de que
nosotros pudiéramos amar o recibir
ningún otro amor humano.
Todo ello dista mucho de ser fácil. . Exige una seria y
perseverante disciplina de soledad, silencio y oración. Una disciplina que no
ha de recompensarnos con el brillo aparente del éxito, sino con la luz interior
que ilumina todo nuestro ser y nos permite ser testigos libres y desinhibidos
de la presencia de Dios en nuestra vida.
La tentación de ser poderosos
La tercera y más seductora tentación a que Jesús se vio
sometido fue la tentación de ser poderoso.
Probablemente no haya otra cultura en que la gente se vea
más descaradamente alentada a buscar el poder que la nuestra. Desde el momento
en que emprendemos nuestro ascenso hacia la cumbre, nos convencemos a nosotros
mismos de que la lucha por el poder y el deseo de servir son, a efectos
prácticos, una misma cosa. Esta falacia está tan profundamente arraigada en
todo nuestro estilo de vida que no dudamos en esforzarnos por conseguir posiciones
de influencia, convencidos de lo que hacemos por el bien del Reino de Dios.
Nos parece casi imposible creer que de la falta de poder
pueda sufrir nada bueno.
Casi no existe nada más difícil de superar que nuestro deseo
de poder. El poder siempre ansia mayor poder, precisamente porque es una
ilusión. A pesar de nuestra experiencia de que el poder no nos da la sensación
de seguridad que deseamos, sino que revela nuestra debilidades y limitaciones.
Seguimos estando convencidos de que un mayor poder acabará colmando nuestras
necesidades.
Rodeados de tanto poder, es muy difícil no sucumbír a la
tentación de buscar el poder como todo el mundo. Pero el misterio de nuestro
ministerio radica en que somos llamados a servir no con nuestro poder, sino con
nuestra impotencia. Es mediante la impotencia como podemos solidarizarnos con
nuestros hermanos los hombres, formar comunidad con los débiles y revelar así
la misericordia de Dios que sana, guía y sustenta.
El auténtico desafío es hacer del servicio a nuestro prójimo
la manifestación y celebración de nuestro servicio total e indiviso a Dios.
Sólo cuando nuestro servicio tenga su origen y su destino en Dios podremos
liberarnos del deseo de poder y servir a nuestro prójimo por su bien, no por el
nuestro (2).
(1) Diócesis de Engativá. Itinerario para el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2016).
(2) NOUWEN, H. El estilo desinteresado de Cristo. España, Sal Terrae (2007).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.